Prólogo: "Al comenzar el siglo XIV, Felipe IV, el rey de legendaria belleza, reinaba en Francia como amo absoluto. Había dominado el orgullo guerrero de los Altos Barones, sofocado la sublevación flamenca, a los ingleses en Aquitania e incluso al papado, al que había forzado a instalarse en Avignon. Los parlamentos obedecían sus órdenes y los Concilios respondían a la paga que recibían.
El rey tenía tres hijos, de modo que su descendencia estaba asegurada. Su hija se había casada con el rey de Inglaterra.
Seis de sus vasallos eran reyes y la red de sus alianzas se extendía hasta Rusia. Ninguna riqueza escapaba de sus manos. paso a paso, había gravado los bienes de la Iglesia, expoliado a los judíos y atacado a los banqueros lombardos.
Para hacer frente a las necesidades del Tesoro alteraba el valor de la moneda. Cada día el oro pesaba menos y valía más. Los impuestos eran agobiantes y la policía se multiplicaba. Las crisis económicas engendraban la ruina y el hambre que, a su vez, eran la causa de sangrientos motines. Las revueltas terminaban en el patíbulo. Ante la autoridad real, todo debía inclinarse, doblegarse o quebrarse.
Pero la idea de nación estaba arraigada en la mente de este príncipe sereno y cruel para quien la razón de Estado se imponía a cualquier otra. Bajo su reinado Francia era grande y los franceses desdichados.
Solo un poder había osado oponérsele: la Orden de los Caballeros del Temple, la formidable organización militar, religiosa y financiera cuya gloria y riqueza provenía de sus orígenes en las cruzadas.
La independencia de los templarios inquietó a Felipe el Hermoso y sus inmensos bienes le hacían muy codicioso. Instigó contra ellos el proceso más burdo que recuerda la historia. Cerca de quince mil hombres estuvieron sujetos a juicio durante siete años, período en el que se perpetraron toda clase de infamias.
Nuestro relato comienza al final de séptimo año"
Continuará..............